El chabolismo no para de crecer en Palma: Los casos de Sa Riera y Son Moix

La emergencia habitacional y la falta de vivienda ha llevado a que numerosos asentamientos de personas sintecho y de chabolas aparezcan y crezcan en Palma. Incluso en zonas relativamente céntricas como la próxima al torrente de Sa Riera, aunque la tendencia más importante nos conduce a la periferia de la ciudad, como puede ser un pequeño enclave camuflado en la parte posterior del estadio de Son Moix, en un solar de uso deportivo y que, en un futuro, deberá albergar las nuevas pistas de atletismo proyectadas por Cort.
En lo alto, ligeramente visible desde el polígono de Can Valero, un toldo azul cubre una pequeña chabola flanqueada por una barrera levantada con diferentes objetos que su propietario ha levantado. Lejos de la vía pública, pero con un camino que desde el estadio de Son Moix permite conectar con esa infravivienda en cuyo exterior se observan dos muletas y un bastón que invitan a pensar en que su morador sufre problemas de movilidad.
El otro escenario nos lleva hasta el torrente de Sa Riera. Desde el Parc del Canòdrom o el antiguo velódromo de Tirador se observa, entre la maleza que se acumula sobre el cauce, la presencia de diferentes objetos. Desde el Camí de Jesús, la perspectiva cambia y se observa un acceso precintado. Aunque metros después se puede acceder hasta llegar a un estrecho e inclinado camino que nos conduce hasta el lugar.
Allí, sorprende la cantidad de objetos acumulados en una zona con cierto desnivel y en la que, para evitar patinar o embarrarse, sus habitantes han instalado todas las alfombras que han encontrado. De la nada aparece Hassan, un ciudadano nacido en Sidi Ifni, que fuera territorio español hasta entrada la segunda mitad del siglo XX. Asegura que lleva «51 años en Mallorca» y otros «cinco viviendo aquí». Lo dice, en referencia a un asentamiento en el que una chabola levantada con maderas y cubierta con mantas y lonas, con una cama en altura en su interior, para evitar a los roedores, le sirve «para acurrucarme y descansar, aunque creo que no estaré mucho más tiempo aquí. Estoy esperando a que me arreglen unos papeles para tener una ayuda y poder irme a los servicios sociales», explica en un perfecto castellano.
También habla inglés con soltura, porque antes de dedicarse a la pesca, ya en Mallorca, probó fortuna «como camarero, en la hostelería, en la Playa de Palma y en Magaluf». Sufre una lesión crónica en el hombro y asegura que, junto a él, viven en ese asentamiento otras dos personas: «una chica gallega y un chico de Bangla Desh que ha perdido el pasaporte». Explica que en unos días recogerá todos los enseres a la vista para irse de allí.
Y agradece la ayuda de la Cruz Roja, «que viene por aquí algunas veces» y también de la Policía Local «que nos avisa cuando hay alertas por lluvia». Dice Hassan que no quiere saber nada de Ca l'Ardiaca «porque te roban, hay mala gente» y desea algún día volver a su pueblo, aunque cree que «es imposible, porque no tengo dinero para el viaje».
Mientras tanto, un carro de la compra, un espejo, utensilios de cocina, una sombrilla, un juego de cuatro sillas y muchas alfombras forman el paisaje a primera vista, con acceso directo al torrente, lo que supone un peligro añadido al no haber protección que pueda evitar una caída al mismo. «No es el mejor sitio para vivir, pero no tengo otro donde ir», dice Hassan, con su brazo derecho en cabestrillo y atento en todo momento. Otro de los rostros del sinhogarismo que no para de crecer en Palma, llegando incluso, como en este caso, a las puertas del centro de la ciudad.

