El lobo okupa y los tres cerditos pobres

o sé a ustedes, pero a mí de niña me contaban cuentos que se pretendían edificantes. Es decir, con moraleja. Uno de ellos era el de los tres cerditos. Para las víctimas de las últimas reformas educativas, ahí va un spoiler: son tres cerditos que se quieren hacer una casa cada uno. El primero se la hace de papel, el segundo de paja. Así no se estresan mucho y les queda mucho tiempo libre para jugar o para mirar el tiktok de los cerdos. Sólo el tercer cerdito se toma el tema en serio y levanta con el sudor de su lomo una casa de verdad, una casa de ladrillo, mientras los otros dos se burlan de él. No le llaman cerdo capitalista pero sí cerdo empollón, aburrido y culpable de la cerdada suprema: trabajar.
En estas viene un lobo que debe ser muy woke, porque quiere okupar las casas de los cerdos y comérselos. Todo ello gratis, por supuesto. "¡Soplaré, soplaré y vuestra casa derribaré!", grita, tremebundo. La casa de papel y la de paja evidentemente las derriba de un suspiro. Sus habitantes sólo se salvan porque el tercer cerdito, el que invirtió en ladrillo, les acoge y les defiende de la okupación.
De todo eso me he acordado leyendo aquí mismo, en Libertad Digital, la apabullante noticia de que el portal Idealista tiene ya a la venta 20.000 viviendas con okupas dentro. Se dice pronto. Lo cuenta el mismo Idealista en un informe que se hizo público este jueves y que hace eso que a los indepes les gusta tanto —las dichosas balanzas fiscales—, siempre que la comparación no sea odiosa y les deje a ellos con sus propios tocinos al aire.
En Barcelona hay un 7,6 por ciento de viviendas okupadas. La sigue Toledo, con un 4,1 por ciento, Murcia con el 4 por ciento, Girona con el 3,8 por ciento y Sevilla con el 3,7 por ciento. Madrid está en el 2,6 por ciento, justo la media de toda España.
Estos son los porcentajes sobre el total del parque de viviendas. Si miramos las viviendas a la venta que lo son con "bicho", es decir, con okupa dentro, allá vamos: Girona un 8,8 por ciento, Murcia un 5,5 por ciento, Sevilla un 4,7 por ciento, Almería el 3,9 por ciento y Málaga el 3,8 por ciento. Madrid se queda en el 2,3 por ciento, por debajo de la media española.
Sin duda la okupación tiende a ser más alta en determinados núcleos urbanos más importantes o más densamente poblados. Por eso llama la atención que justo en la muy inmobiliariamente apetecible capital de España el tema esté más bajo control que en Barcelona. Entre las leyes de la señorita pepis que hasta ahora han protegido a los propietarios y el discurso de la izquierda molona y gorrona que durante años ha gobernado la capital catalana, el balance es desolador.
No es lo mismo hacer política de vivienda que con la vivienda. Es fascinante el empeño woke en intervenir y topar los alquileres para toda la vida como hizo, quién lo iba a decir, Franco. La gente se cree que la izquierda más ultra defiende más las libertades, cuando su esencia es el puro y duro intervencionismo en todo de la Administración, venga o no venga a cuento. Los extremos y las dictaduras se tocan.
Hasta Franco se dio cuenta de que su regulación masiva de los alquileres, que pudo tener un sentido cuando muchas familias españolas sufrían para levantar cabeza en una economía de posguerra, acabó generando un efecto contrario al deseado. Cada vez se alquilaban menos casas. Decidió el dictador de entonces crear un organismo público sólo para construir nuevas viviendas. ¿Les suena? Vivir es ver volver.
El caso es que ni Franco se atrevió a prometer casas gratis. A nadie. Incluso a los excombatientes de la División Azul se les daban facilidades para acceder a viviendas de protección oficial, pero no les regalaban una dacha. Lo malo de ciertos discursos políticos es que la realidad es tozuda y los deja a la intemperie, como los dos primeros cerditos del cuento.
Claro que, con lo que pasa ahora, el que palmaría es el tercer cerdito, el que construyó una casa de verdad. Se la soplarían. O mirarían para otro lado cantando La Internacional mientras se la soplan otros. Lo cual es más grave de lo que parece, no sólo porque cuestionar el derecho a la propiedad privada y al fruto del trabajo es muy peligroso si se aspira, no sé, a seguir recaudando impuestos. Es que encima sucede otra cosa. En estos lares, la gente invierte sus ahorros en ladrillo como en otras latitudes en Bolsa. Por eso unos tienen burbujas financieras, otros burbujas inmobiliarias, y algunos alumnos aventajados de Bakunin disfrutan las dos.
¿Queremos de verdad que la clase media, o lo que de ella quede, desconfíe de ahorrar para comprarse una casa, vivir en ella y dejársela en herencia a sus hijos? Hasta don Pablo Iglesias y doña Irene Montero pudieron comprarse el famoso chalet de Galapagar porque acababan de heredar de sus respectivos progenitores. Como supongo que esperan que sus tres churumbeles les hereden a ellos. ¿En qué quedamos, señorías? Mientras la Administración no sólo no se tome en serio que viene el lobo, sino que le quiera poner un piso (el nuestro), seguiremos cavando la tumba de todo contrato social imaginable. ¿Y si lo que nos aguarda a la vuelta de la esquina no es ya puro y duro populismo, sino la ley de la selva?

